domingo, 25 de octubre de 2009

El Artículo del Domingo: Pasado, Presente y Futuro de la Biblioteca

Ayer se celebró el Día de la Biblioteca, y hoy se dedica la sección “El Artículo del Domingo” a esta institución, prestando especial atención a su pervivencia a lo largo de cuatro mil años, y a su capacidad de transformación y adaptación a cada tiempo y a cada circunstancia.

Desde un punto de vista etimológico, el término biblioteca significa “lugar donde se guardan los libros”, pero la realidad es que esa definición se queda muy corta para describir la verdadera esencia y trascendencia de estas instituciones. La biblioteca no es un mero almacén de materiales bibliográficos, es una entidad viva, como ya señaló Ranganathan en 1931 dentro de sus cinco enunciados sobre las bibliotecas; espacios siempre en evolución donde se custodia, se comparte y se debate el conocimiento.


Es cierto que a lo largo del tiempo las funciones de la biblioteca han ido cambiando, obedeciendo a la necesidad de adaptarse a las nuevas circunstancias predominantes en cada periodo. Llegó un punto en que fue menester que surgieran entidades especializadas, bien en diferentes ramas del saber, bien destinadas a públicos específicos. Y, sin embargo, tras toda biblioteca subyacen unas mismas funciones primigenias: la conservación y transmisión del conocimiento generado por la humanidad, y la de espacio de reunión y debate sobre ese conocimiento.


La Historia de la Biblioteca está íntimamente ligada a la de la escritura y a la de los materiales que le han servido de soporte. La parte “biblio” del término “biblioteca” debe entenderse más allá de lo que se conoce hoy día: un objeto compuesto por hojas impresas y encuadernadas. “Biblio” en “biblioteca” se refiere también a otros soportes: desde tablillas de barro, papiros o pergaminos hasta el libro electrónico.


Haciendo un poco de memoria, se pueden situar las primeras bibliotecas conocidas en Mesopotamia. De ese periodo se tiene constancia de la existencia de la Biblioteca de Asurbanipal (en torno al siglo VII antes de Cristo), donde se recogían tablillas de barro grabadas con escritura cuneiforme y que reflejaban desde leyes hasta textos científicos.


Más tarde, aparecieron dos de las más grandes bibliotecas de la Antigüedad de las que se tiene conocimiento: la Biblioteca de Alejandría (en Egipto) y la de Pérgamo (en Asia Menor). La pugna entre ellas ha pasado a la Historia. Alejandría fue la pionera y la mayor, Pérgamo llegó a desarrollar un material propio (el pergamino) para ganar puntos en su particular competición. En ambos casos, fueron bibliotecas auspiciadas por los dirigentes de sus respectivos países, cuyas dimensiones eran enormes y que dieron cobijo a cientos de miles de materiales bibliográficos. Fueron, además, punto de encuentro de estudiosos y sede de formación de las personalidades de cada país. Su final, trágico también en ambos casos, supuso una gran pérdida para toda la Humanidad: los más importantes textos clásicos se perdieron para siempre.


Por supuesto, Grecia como cuna de grandes filósofos, científicos y pensadores en general, también tuvo importantes bibliotecas, aunque no llegaron a alcanzar el peso de los centros anteriormente citados. Desde Grecia a Roma, fue un simple paso: los textos helénicos se tradujeron al latín y pasaron a formar parte de las colecciones romanas.


Tras esta época de esplendor llegó la oscuridad. Con la caída del Imperio Romano y la expansión de los bárbaros en los antiguos territorios de éste, la cultura retrocedió, se replegó y se ocultó. Las bibliotecas, las grandes y las menores, fueron destruidas por los elementos o por la ignorancia humana y el conocimiento quedó relegado a los armarium y los scriptorium de los monasterios, sitios vedados para el común de los mortales donde los libros (los pocos que se conservaban de la antigüedad y los que los monjes reproducían) eran objetos cuasisagrados. La excepción a esta generalidad está algunos centros como la Biblioteca de Córdoba, que albergaba textos científicos recogidos por los pensadores del mundo musulmán y que, por desgracia, tampoco consiguió pervivir.


Hacia el final de la Edad Media la situación vuelve a cambiar. Reaparecen de nuevo las bibliotecas, que se abrieron a un público mayor que el de tiempos anteriores, aunque seguían siendo espacios para privilegiados: eruditos y estudiosos pudieron de nuevo acceder a textos de la antigüedad y a nuevos libros. En este momento, se produce un acontecimiento que cambiará para siempre el destino de la transmisión del conocimiento a través de la escritura: Gutemberg pone en marcha su imprenta y con ella se empiezan a producir libros a una escala nunca conocida hasta ese día.


La democratización del acceso a los libros dio lugar a la proliferación de bibliotecas personales y también de bibliotecas en centros de estudios (principalemente, de universidades), recuperando así una función esencial de la biblioteca: la de servir de espacio de encuentro entre personas que buscan conocimiento y lo comparten con otros en este contexto.


El Renacimiento es una época de esplendor para las bibliotecas: su proliferación es notable y muchas de las que surgen en aquel momento siguen existiendo en la actualidad, como son los casos de la Biblioteca del Museo Británico (hoy denominada British Library) y la Biblioteca Real (que dará lugar a la Biblioteca Nacional de España).


Desde entonces hasta ahora, la institución bibliotecaria ha evolucionado rápidamente, y no sólo por la necesidad y el deseo de conocimiento de las sociedades, sino además por el empeño de importantes bibliotecarios volcados en la ciencia de la biblioteca, que dedicaron intensos esfuerzos al desarrollo de estas entidades, proporcionando manuales y estudios sobre reglas para la organización del conocimiento en estos centros, sobre convenciones acerca de la catalogación de materiales, sobre normalización a nivel internacional, etcétera.


En la actualidad, las bibliotecas son instituciones complejas que:


· Albergan no sólo libros, sino también materiales como publicaciones periódicas, grabaciones sonoras y audiovisuales, multimedias, etcétera.

· Tienen una presentación que no se limita a un edificio; hay bibliotecas móviles (como los bibliobuses y los biblioburros, según el sitio), bibliotecas dentro de las empresas, de los centros médicos, de las cafeterías…

· Propician la realización de actos en su seno como conferencias, cursos, talleres, cuentacuentos, presentaciones y así siguiendo un largo listado de elementos que constituyen las llamadas actividades de extensión bibliotecaria.

· Tienen como destinatarios a todos los públicos, ya que hay centros bibliotecarios para cubrir cada necesidad específica que pueda existir: bibliotecas especializadas, generales, científicas, públicas, privadas, infantiles, de adultos, nacionales, universitarias y escolares, por poner sólo unos ejemplos.

· Son atendidas por profesionales muy especializados y preparados para trabajar con diferentes materiales y ponerlos a disposición de los usuarios, sirviendo de puente entre el conocimiento que guarda la biblioteca y las necesidades informacionales de los usuarios.


El futuro de la institución bibliotecaria, que ya es casi presente, pasa por un nuevo proceso de transformación: la digitalización de los materiales, la generalización de los dispositivos electrónicos de lectura, y la necesidad de romper barreras tradicionales como el espacio, el tiempo y la limitación de ejemplares, son tres elementos que empujan a las bibliotecas hacia una nueva era.


Un poco de ese futuro ya está aquí: es patente la existencia de proyectos de bibliotecas virtuales, como es el caso de la Biblioteca Europeana y la Biblioteca Digital Mundial, pero falta mucho por hacer. Hay que trasladar esos macro-modelos a escalas mucho más pequeñas, hasta las bibliotecas más modestas.


Esto no significa que la biblioteca vaya a desaparecer, sino que va a evolucionar. Es necesario la convivencia de modelos de gestión y servicios tradicionales con los nuevos que vienen caracterizados o marcados por las nuevas tecnologías. Evidentemente, éste es un proceso muy largo que se irá extendiendo geográficamente desde los países más desarrollados hacia los menos y que tendrá como resultado la supervivencia y mejora de esta institución, de diferente manera, con otros servicios y presentaciones, pero continuando con sus misiones primitivas: la salvaguarda del conocimiento y su transmisión.


La continuidad de las bibliotecas está asegurada. Si esta institución ha conseguido sobrevivir a los tiempos de mayor oscuridad de la humanidad, ahora, cuando el conocimiento se ha erigido como el activo más importante para el desarrollo social y económico de nuestro tiempo, no hay duda de que la biblioteca no puede desaparecer, sino que cobrará mayor importancia. Aunque, eso sí, la biblioteca está en pleno proceso de evolución y transformación.


Sólo queda por decir que la biblioteca está viva. ¡Viva la Biblioteca!